lunes, 5 de octubre de 2015

LA CONVERSACIÓN




LA CONVERSACION

Cada día se habla menos y peor.  La conversación como arte, como recreo espiritual, se pierde en esta sociedad moderna de contactos tangenciales.  El hombre se está tornando hermético porque no quiere comulgar los afanes ajenos: hay en cada uno de nosotros un problema de radical soledad íntima, a veces por egoísmo propio, a veces por egoísmo de quienes están frente a nosotros.  Nos consumimos en un monólogo atenazante.  El diálogo amoroso con quien queremos profundamente puede salvarnos personalmente de este silencio y de esta falta de compresión: pero en el amor todo es fuego y las palabras son chispas que también pueden quemarnos y destrozarnos.

            El libre cambio de las ideas y los sentimientos, la comunicación entre los hombres, ha sido quebrada, rota por el sentido utilitario de nuestra época.  Cuando dos personas se ponen a hablar terminan discutiendo, y conversar es todo lo contrario de discutir.  La conversación debe ser, entre los hombres superiores, como los vasos comunicantes en física: los juicios de nuestro prójimo, cuando están montados sobre la realidad y avalados por la experiencia, deben llenar los huecos de nuestras convicciones, o en todo caso, corregirlas, suavizarlas, humanizarlas ampliamente.

            El dialogo debe ser siempre conciliador, constructivo porque los hombres deben estar abiertos a los vientos de todas las latitudes y escuchar con estremecida complacencia todo lo que otro hombre les pueda decir.  La expresión “a mí no me tiene nadie que enseñar nada” significa dar la espalda a lo radicalmente supone el ser humano en el marco de la naturaleza y de su historia: un vaso misterioso que nunca se acaba de llenar de saberes.


            El hombre se mide por sus hechos, pero también por sus palabras.  Un hombre no sólo es “lo que es”, sino lo que podía haber sido y no fue: lo que dejó de ser.  Y esta posibilidad misteriosa que no llegó a realizarse, la trasluce el hombre en sus palabras.  En las palabras de todos los hombres saltan añicos de vocaciones no cumplidas, y de ahí que lo que dicen los hombres sea la otra dimensión de su personalidad para llegar a un profundo conocimiento de ellos mismos.

            Un pueblo también se define por la conversación de sus moradores, y no solamente de sus moradores intelectuales, sino primordialmente, de sus moradores sencillos, humildes, de los que pudiéramos llamar “la masa”.  Debe cuidarse de que todos sepamos conversar, cambiar conciliadoramente nuestras opiniones, y que estas opiniones tengan, al menos, una altura media, que exprese el nivel de nuestro ambiente, de nuestra cultura y de nuestra inquietud.

            Yo siento una predilección especial por esos hombres serenos, ecuánimes, que no se enconan, que no gritan; que, al fin, cuando la pugna parece inevitable, dicen; “a ver si llegamos a un acuerdo”...  Porque el triunfo de la palabra es siempre llegar a un acuerdo, dejar las armas, darse las manos, y vivir en concordia.

    ¨VAMOS A CONVERSAR, PORQUE CONVERSANDO, LA GENTE SE ENTIENDE¨
    
      Melvin Sánchez.

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