LA CONVERSACION
Cada
día se habla menos y peor. La
conversación como arte, como recreo espiritual, se pierde en esta sociedad
moderna de contactos tangenciales. El
hombre se está tornando hermético porque no quiere comulgar los afanes ajenos:
hay en cada uno de nosotros un problema de radical soledad íntima, a veces por
egoísmo propio, a veces por egoísmo de quienes están frente a nosotros. Nos consumimos en un monólogo
atenazante. El diálogo amoroso con quien
queremos profundamente puede salvarnos personalmente de este silencio y de esta
falta de compresión: pero en el amor todo es fuego y las palabras son chispas
que también pueden quemarnos y destrozarnos.
El libre cambio de las ideas y los
sentimientos, la comunicación entre los hombres, ha sido quebrada, rota por el
sentido utilitario de nuestra época.
Cuando dos personas se ponen a hablar terminan discutiendo, y conversar
es todo lo contrario de discutir. La
conversación debe ser, entre los hombres superiores, como los vasos
comunicantes en física: los juicios de nuestro prójimo, cuando están montados
sobre la realidad y avalados por la experiencia, deben llenar los huecos de
nuestras convicciones, o en todo caso, corregirlas, suavizarlas, humanizarlas
ampliamente.
El dialogo debe ser siempre
conciliador, constructivo porque los hombres deben estar abiertos a los vientos
de todas las latitudes y escuchar con estremecida complacencia todo lo que otro
hombre les pueda decir. La expresión “a
mí no me tiene nadie que enseñar nada” significa dar la espalda a lo
radicalmente supone el ser humano en el marco de la naturaleza y de su
historia: un vaso misterioso que nunca se acaba de llenar de saberes.
El hombre se mide por sus hechos,
pero también por sus palabras. Un hombre
no sólo es “lo que es”, sino lo que podía haber sido y no fue: lo que dejó de
ser. Y esta posibilidad misteriosa que
no llegó a realizarse, la trasluce el hombre en sus palabras. En las palabras de todos los hombres saltan
añicos de vocaciones no cumplidas, y de ahí que lo que dicen los hombres sea la
otra dimensión de su personalidad para llegar a un profundo conocimiento de
ellos mismos.
Un pueblo también se define por la
conversación de sus moradores, y no solamente de sus moradores intelectuales,
sino primordialmente, de sus moradores sencillos, humildes, de los que
pudiéramos llamar “la masa”. Debe
cuidarse de que todos sepamos conversar, cambiar conciliadoramente nuestras
opiniones, y que estas opiniones tengan, al menos, una altura media, que
exprese el nivel de nuestro ambiente, de nuestra cultura y de nuestra
inquietud.
Yo siento una predilección especial
por esos hombres serenos, ecuánimes, que no se enconan, que no gritan; que, al
fin, cuando la pugna parece inevitable, dicen; “a ver si llegamos a un
acuerdo”... Porque el triunfo de la
palabra es siempre llegar a un acuerdo, dejar las armas, darse las manos, y
vivir en concordia.
Melvin Sánchez.
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SURCARÉ EL ESPACIO INFINITO, ARRIBARÉ A UN MUNDO SIN FRONTERAS, DISFRUTARÉ DE AQUEL VALLE DE DELICIAS Y MIRARÉ EXTASIADO LA FAZ DE SU DIVINO Y EXTRAORDINARIO GOBERNANTE...